El contacto cotidiano con la “materia prima” que es objeto de la “Grafología Infantil” pone al maestro de grado en situación de detectar -de hecho- desde los primeros grados, aquello que se aleja de lo esperable para el criterio docente… pero también aspectos más sutiles.
George Schneidemühl (1) cita una obra de Knigge («Umgang mit Menschen») que refiere a su experiencia y capacidad de observación docente: «Todos los niños, de cuya educación me he ocupado, han aprendido a escribir de mi mano; pero a medida que desarrollaban su idiosincrasia, aportaban cada uno rasgos característicos; a primera vista parecía que todos escribían con la misma mano, pero quien atendía cuidadosamente y los conocía, hallaba en la manera de uno desidia, en la de otro minuciosidad, o indeterminación, o ligereza, o firmeza, o testarudez, o cualquiera otra propiedad».
Aunque alejado de la específica incumbencia docente, este conocimiento empírico tan útil para su tarea, encuentra fundamento en el bagaje profesional del grafólogo. En efecto, el propio Scheneidemühl dice que «ciertas propiedades especiales de la escritura se pueden observar ya con relación a los niños en edad temparana, y que, según la independencia con que el carácter se desarrolla, se manifiestan esas propiedades en unos niños antes, y en otros después, pero siempre independientemente del maestro que ha enseñado a escribir».
Pocos años más tarde las investigaciones del Psiquiatra Julián de Ajuriaguerra (2) consolidaron estas afirmaciones que alimentan todavía hoy la posibilidad de ahondar en la interpretación de las proyecciones caracteriales en la escritura infantil. Y, en este sentido, permite el auxilio en el campo educativo.
Hasta poco antes de su trabajo sobre el tema en el Hospital Henri-Rousselle de París (iniciado por Hélène de Gobineau), se decía que hasta los 9 años la escritura infantil solo proyectaba el desarrollo motor, como si la proyección psíquica fuera posible en todos los actos del niño… menos en el acto gráfico. Para desmentirlo, Ajuriaguerra ejemplifica con el resultado de sus propios estudios sobre disgrafía, que revelan cómo escrituras con un mismo puntaje de su escala, tienen -sin embargo- diferentes características y estilos, efecto de variaciones multifactoriales que devienen de la configuración caracterial de cada niño.
Así, Jacqueline Peugeot (3) evoca sencillamente al maestro: “Recordemos que la elección inconciente de determinadas dificultades motoras es, por sí misma, reveladora de las tendencias profundas del carácter”.
“Se trata -dice Ajuriaguerra- de la interrelación genética (4) entre la motricidad y el carácter”. Y aclara que, “en esta perspectiva, la escritura manifiesta, en primer lugar, acerca de la motricidad del niño pero, por eso mismo, manifiesta también, acerca de las bases fundamentales de su modo de reacción al ambiente y en definitiva de su estructura caracteriológica. Por esta razón, en el niño, consideramos la escritura como algo capaz de testimoniar mejor el carácter que la personalidad”. Y así expone su estudio de los diferentes aspectos psicológicos y los correspondientes síndromes gráficos, con desmenuzados ejemplos, uno de los cuales reproducimos aquí. Se tata de una escritura del grupo disgráfico que califica como “Los impulsivos”. Son niños que, “llevados por su impulso, no pueden controlarse o no lo intentan”. Las dificultades motrices subyacentes modulan el dinamismo del síndrome gráfico, pero Ajuriaguerra no las coloca en primer plano como determinantes.
Queda clara su adhesión a quien lo antecede en la construcción del concepto de psicomotricidad, Henri Wallon, y su obra “Los orígenes del carácter en el niño. Los preludios del sentimiento de personalidad” que rastrea la consubstancialidad motricidad/psiquismo desde el primer día de vida.
Su contemporáneo Alberto Tallaferro, bajo el título “La simultaneidad emoción-músculo” (5), expone cómo cada tipo de carácter presenta rasgos musculares diferentes y sostiene que “hay que considerar lo psíquico como una función de lo orgánico, ya que no se puede hablar de un paralelismo ni de una interacción, lo cual implicaría una concepción dualista, en vez de un juicio funcional y monista”.
Kurt Honroth, también por los ’50 y en el corazón mismo de la grafología, sintetizó recorridos de la psicología experimental en el concepto psicomotor de “palabra refleja” (pilar de su “Grafología Emocional”) que indagó con inocultable preferencia en la escritura infantil.
Pragmáticamente, un par de décadas antes Max Pulver (6) dijo “Duda la mente, tiembla la mano”. Y sigue sonando tan axiomático como siempre…
En la neurofilosofía (un paso más allá de la grafología…) Antonio Damásio (7) hoy sigue ahondando en la unidad cuerpo-cerebro-mente…
(1) «Grafología. Introducción a la psicología de la escritura» (1925)
(2) «La escritura del niño» (1964)
(3) “El conocimiento del niño por la escritura” (1999)
(4) Genética en el sentido de génesis, generación, formación, construcción.
(5) Capítulo de su libro “Curso básico de psicoanálisis” (1957)
(6) “El simbolismo de la escritura” (1931)
(7) “El error de Descartes” (1994), “En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos” (2014), “Y el cerebro creó al hombre” (2012), ), “El extraño orden de las cosas” (2017), “La sensación de lo que ocurre: cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia” (2018).
AMELIA INÉS TORRES COURTADE dice
Gracias ADRIANA … siempre tan clara en las explicaciones. Cariños
Adriana Ziliotto dice
Gracias Ame! Solo trato de poner en palabras lo que yo aplico, tomado de los grandes maestros y los autores actuales…Cariños!