Hay un tipo de disgrafía de la que se habla poco: la de los “lentos y precisos” (1). Es más, docentes y padres pueden llegar a decir que el niño “tiene una letra perfecta”… cuando, sin embargo, le falta lo principal: la velocidad, esencia de la escritura cursiva, lo que la hace una herramienta útil.
En efecto, la palabra “cursiva” proviene del latín “curro” (curris, currere, curri, cursum), que significa “correr”. Así se la llamó porque la unión de las letras permite desarrollar velocidad, característica esencial para tomar apuntes ya que, en la medida de su automatización, libera la atención sobre la forma para dirigirla a lo esencial, los contenidos. Y esto no es algo menor: de ellos dependen los logros académicos, sobre todo en los primeros niveles.
De modo que el entrenamiento de las perfectas formas caligráficas carece de efectividad si no se combina con la velocidad… Pero este es un aspecto gráfico especialmente intransitado por la didáctica de la escritura, la cual tenderá a desaparecer más rápido (y no es juego de palabras…) si no cumple la función de instrumento eficiente para quien la usa.
Vinh Bang (2) denunciaba desesperadamente estos problemas en el siglo pasado, cuando crecía el uso de la estenografía y de las grabaciones magnetofónicas de las clases, equivalentes de las computadas, celulares y otros dispositivos actuales. En un texto con fuerte resonancia actual, decía:
“La escuela primaria no ha sentido la necesidad de una escritura rápida. Cuando el maestro dice ‘de prisa’, no se trata de una exhortación a la velocidad del trazado sino más bien de un llamado al orden, dirigido a los lentos, “remolones”, charlatanes, a los alumnos que pierden el tiempo en algo distinto al ejercicio requerido (…) Hay que saber escribir rápidamente. Este es un hecho reconocido. La tarea de la escuela consiste en resolver el problema no solo de la calidad de la escritura, sino de la calidad de la escritura trazada con cierta rapidez”.
Es verdad que, a pesar de todo, la escritura manual sobrevive. Pero pareciera que no se toman decisiones para alejar la predicción de su muerte.
(1) De Ajuriaguerra, Julián. “La escritura del niño” (1964).
(2) Vinh Bang, (Encargado de cursos en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Ginebra). “Evolución de la escritura, del niño al adulto” (1959).
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