En “La escritura y el carácter” (edición en español de 1933) se dedica al tema que merece unos minutos de relectura. Dice: “no he conseguido obtener la prueba” de que la luz sea “un excitante de primer orden pues que dinamogenia la escritura (…) Parece que la escritura trazada con los ojos cerrados no resulta modificada”.
Y describe: “Es interesante en este caso observar la seguridad de la pluma (…) las líneas estaban bien derechas, la autografía era legible, los puntos estaban en su debido sitio, y los acentos casi siempre omitidos por no saber dónde colocarlos”.
Si bien no explica las causas de la diferencia entre colocación de puntos y acentos, es posible atribuirla a que el punto está integrado a la fórmula cinética de cada letra, en cambio los acentos no forman parte integrante de los caracteres, sino que se colocan en ellos en forma variable según distintas reglas ortográficas.
Agrega entonces una segunda experiencia: “Parece que si la escritura trazada con los ojos cerrados no resulta modificada, la que se hace con ellos abiertos en la oscuridad debe serlo menos aún”. Sin embargo, se sorprende: “Un cierto número de pruebas (…) demuestran que no ocurre así. La autografía es mayor con dirección menos segura. El esfuerzo visual que hacemos para distinguir los objetos en la obscuridad, repercute sobre la dimensión de las letras, exagerándolas, y ese mismo esfuerzo, demasiado considerable, encaminando a mantener la dirección de las líneas, hace que no realicemos nuestro propósito, privándonos de la soltura de movimiento”.
Y, en efecto, se puede descubrir el fundamento tácito de esta alteración: el exceso de atención altera el automatismo de la conducción de la línea, que así se resiente por ausencia de una retroalimentación visual que permita correcciones voluntarias.
“Esto nos explica -dice Crepièux-Jamin- por qué los enfermos de la vista tienen autografía grande y serpenteada”. Los ciegos, aparentemente por tener una escritura menos esforzada a causa de la adaptación a una situación constante y de base, “tienen autografía más pequeña” y con dirección más estable. Pero le atribuye “(…) más desigualdad en el espaciamiento de palabras y líneas (…)”.
No justifica el fenómeno, pero podría adjudicarse a una deficiente orientación topocinética en la superficie de la hoja, factor que, por definición, no se podría automatizar, sobre todo en lo que hace a la distribución del espacio entre líneas.
Por fin, expone muestras de su escritura a ojo desnudo y atribuye un momentáneo aumento de dimensión al esfuerzo de adaptación que se produce cuando se coloca los lentes, lo que permite inferir que no los usaría de manera permanente.
Esto coincide con diversas investigaciones que muestran que el aumento de la atención sobre la producción de la escritura (en este caso por el esfuerzo de ajuste a ante algunas formas de privación visual) se correlaciona con un aumento de la dimensión.
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